Surgir
entre la adversidad para poder trabajar y resocializarse mediante el arte y la
cultura fue difícil para Yair Quiñones, un personaje alto, enérgico, pícaro,
con una sonrisa luminosa que contagia, así es él, un afrodescendiente
proveniente del barrio Potrero Grande, que debido a su situación socio-económica
y cultural se vio afectado por las bandas criminales que en ese lugar
emergieron hace algunos años.
Su
historia inicia el día en que decide robar a la Hermana María Ester, que en ese
entonces, era la encargada de un proyecto que iba a mejorar la historia de la
comuna 21 de Cali o por lo menos su iniciativa iba a cambiar los titulares de
los periódicos, en donde día a día tildan a este barrio como uno de los más
peligrosos de la ciudad. La única reacción de ella frente a este hecho, es
emprender la búsqueda de Yair, sin temor alguno. “El día en que ella llegó a
mí, desesperado le iba a devolver todas sus pertenencias, pero de su boca solo
salieron palabras como: Quiero invitarte a que hagas parte del Tecnocentro
Cultural Somos Pacífico, te cambiará la vida, te lo aseguro” cuenta Yair.
De
los errores se aprende, dicen por ahí, y Yair Quiñones aprendió. Pasó de ser
una de las personas que se sumaba a la lista, de los tantos que cometen
crímenes en Potrero Grande, a uno de los más queridos y solidarios en el barrio.
Todo esto se reúne en un solo lugar: El Tecnocentro Cultural Somos Pacífico. Ubicado
en el oriente de Cali, especificamente en uno de los barrios a los que le temen
entrar por sus grandes índices de violencia, Potrero Grande; pero como un oasis
en el desierto está la fundación que aleja a los jóvenes de la violencia por
medio de la cultura. Los habitantes de esta comuna llegaron ahí
porque fueron desplazados con sus familias, por la violencia que se vivía en
1960 en departamentos como el Cauca, Chocó, Huila y Nariño.
El
barrio Potrero Grande ha sido dividido con fronteras invisibles por la
delincuencia pandillera. Cada sector tiene un grupo que impide el paso de los
extraños o enemigos a través de intimidaciones armadas. “Desde que llegaron los
primeros sectores, siempre ha existido el problema del conflicto, pero lo que
más me ha impactado es que no se encuentran personas mayores de 30 años, todos
son jóvenes que han perdido los valores”
dice Jaime Moreno, uno de los primeros habitantes del barrio.
Sin
embargo, la magia y los sueños si existen, están en Potrero Grande, y aunque es
bueno conocer la esperanza del futuro, también lo es conocer el principio de
todo. Sergio Vargas, nos hace un panorama claro de lo que es el Tecnocentro en
su parte administrativa: “Nuestro aliado más grande es la fundación Alvaralice,
lo que ellos hacen es conseguir recursos para proyectos en diferentes
fundaciones, nosotros somos una apuesta importante donde están invirtiendo todo
su apoyo. Por otro lado, la Secretaría de Cultura por medio de un convenio
brinda el 60% de la operación del proyecto”. El Tecnocentro Cultural Somos
Pacífico surge como una alternativa para la construcción de paz, liderada por
una alianza pública-privada integrada por la Alcaldía de Cali, la Fundación
Alvaralice, la Caja de Compensación Familiar del Valle del Cauca y la Fundación
Paz y Bien.
Cuenta
con una gran variedad de programas para todos los gustos, entre ellos se
encuentra la formación musical, con el apoyo de la Fundación Nacional Batuta,
que tiene como objetivo principal fortalecer e incrementar el disfrute de la
práctica y la enseñanza de la música en el país, generando mayores
oportunidades para el ejercicio de los derechos culturales de los niños
colombianos. Valmore Escandón, director de batuta cuenta que “Lo más
gratificante de trabajar con la comunidad es ver el proceso final, ver cuando
el niño está interviniendo en la orquesta, cuando de alguna u otra manera está
cambiando su rutina diaria por pertenecer a ella y vemos que ese proceso
transformador se puede dar a través de la música”
La
concentración es la característica que identifica a los integrantes de este
programa, en su mayoría niños, donde el ritmo armónico que surge del contacto
de las cuerdas y los arcos, expresan la tranquilidad que desde hace mucho
quieren los habitantes de Potrero Grande. El violín y la flauta: sus cómplices,
la voluntad: su motor, y sus compañeros: sus familias. Ver la manera como los niños
cooperan entre sí para crear una pieza musical no es algo común, es un breve
ejemplo de que si trabajamos en equipo, lograremos un mejor país.
En
este lugar se encuentran historias particulares, de seguro si usted entra
alguna vez a él, no va a querer salir hasta escuchar las historias contadas por
los mismos protagonistas. Michael, un niño de 15 años, pasa las horas del día
en Facebook, observando fotos y eligiendo detenidamente algunas para hacerle un
vídeo a su tan anhelado amigo que ya no está con él. El Tecnocentro con sus
diferentes programas, ha ayudado a los jóvenes a expresarse de diferentes
maneras, esta vez las Tecnologías de la Información y la Comunicación le han
permitido a Michael desarrollar diferentes habilidades en el programa de
edición Premiere y lograr que su tristeza se vea reflejada en un vídeo y no en conflicto.
Michael cuenta que “Antes de entrar al Tecnocentro, a mis amigos y a mí nos
tocaba camuflarnos, ponernos gafa, techo, cualquier cosita para que no nos
vieran. Hubo amigos que no quisieron entrar, a uno de ellos se le metieron al
rancho y lo mataron porque él cobró venganza por lo que le hicieron a la mamá”.
Sin
embargo, no todos los jóvenes llegan al Tecnocentro para mejorar su pasado, o
tal vez para olvidar lo que el contexto los obligó a ser, sino simplemente para
alejarse de la violencia, para encontrar un espacio nuevo en donde puedan
olvidar el trajín de su barrio que los acoge día tras día. “Si vienen niños de
otros lugares aquí, se crean el imaginario de que este lugar es como un chaleco
antibalas” Él es Camilo González, un
pequeño que llegó con la ilusión de hacer cosas grandes por su familia, por él
y por sus amigos. Esas habilidades y esas destrezas, no solo de él, sino de un
grupo pequeño de niños en el Tecnocentro, se vieron unidas hace algunos años en
Boston (Estados Unidos) donde compartieron sus conocimientos. Todo esto ha sido posible gracias a la
dirección de su docente Carlos Rueda, quien ha estado acompañando a los
pequeños viajeros en su proceso.
El bilingüismo,
con el apoyo del Centro Cultural Colombo Americano es otro de los programas en
donde Santiago, es protagonista. Tiene 15 años, en su mirada siempre se le ve
algunas chispas de felicidad, este chico nunca desiste, sigue las señales como
se las dictan, y aunque a veces no le salgan las cosas como quiere, hay que
saber que generalmente es la última llave del llavero la que abre la puerta.
En
el Computer Clubhouse, una franquicia de Intel, se dictan talleres de diseño
gráfico, producción musical y audiovisual y además, se ofrece un ambiente
creativo y seguro fuera del aula de clase. Son más de 10 computadores Mac los
que están ocupados por los jóvenes a eso de las 4:00 p.m. un día común y
corriente de la semana. En aquél lugar, se encuentran niños desde los 6 años
intentando retratarse en Illustrator, poniéndole efectos a sus vídeos de clase
en After Effects y miles de cosas más. Es ahí, donde explotan toda su
creatividad, la rebeldía queda a un lado, le meten todo el empeño, inclusive, hasta
con gotas de sudor, sobran miles de carcajadas y en sus ojos nunca falta ese
brillo de felicidad. Club House fue la inspiración que tuvo Yair para continuar
su carrera como tecnólogo en informática en la universidad Santiago de Cali,
con el fin de darle una mejor vida al pequeño Jhon Alexander, su hijo, quien es
fuente de inspiración y fue el motivo por el cual se alejó de las calles.
En
otro de los tantos rincones del Tecnocentro, se encuentra Diego Montaño, un
joven productor de música, que al igual que muchos de los jóvenes del sector,
ha tenido que afrontar la violencia, lo bueno aquí, es que encontró una manera
ingeniosa de combatir esta problemática, respondiendo a los disparos con
música, un arma que ha sabido compartirla con muchos de los jóvenes, y que ha
dado buenos resultados. El estudio de grabación es ese espacio donde
el ritmo nunca deja de sonar, especialmente el Rap, donde se cuentan historias y
sueños que los jóvenes tienen, pero que nunca han tenido la oportunidad de ser
escuchados. Su objetivo principal es promocionar los trabajos musicales, todo
con un fin: que su pasado lleno de conflicto, quede en el olvido y en las
letras de sus canciones.
“La
música es el mejor instrumento para olvidar los problemas, está recuperando la
felicidad y la tranquilidad, ellos han logrado dejar las drogas, la mentalidad
de maldad, las armas y a través de ella han encontrado una manera de que la
sociedad les preste atención” Explica
Willington Montaño, ese hombre sonriente, de baja estatura, y al que todos
conocen como “Añañay” fundador de la agrupación Los Traviesos.
Jaime
Moreno, quien es uno de los primeros habitantes del barrio Potrero Grande,
también es docente de pintura en el Tecnocentro. Sin duda, el arte es otro
programa fundamental en este lugar, siendo el lenguaje de las imágenes y el que
permite hablar de los conflictos sin hacerlo directamente. La biblioteca, con
libros y cuentos de hadas no puede faltar, y algo de gastronomía, la que le da
un toque de picante a su vida.
Por
último, Yair deja un mensaje a todo el público y dice: “Todo en la vida es duro
y nada es regalado. Yo los invito para que aprovechen las oportunidades y
mejoren si están en malos caminos. Me gustaría escuchar el día de mañana
palabras como: los jóvenes de Potrero Grande son de los mejores; la cara
siempre para el frente y nunca para atrás”.
En
resumidas cuentas, Potrero Grande no es como lo pintan en la televisión,
realmente hay gente con muchas virtudes y artistas con todo el talento.
Definitivamente, ver a estas personas salir adelante después de sus situaciones
complejas, estar al lado de ellas y conocer sus historias de vida, te hacen
retarte a diario. De seguro van a ser personas exitosas en la vida.
LINK PUBLICACIÓN:
http://periodicoelgiro.com/ciudad/teatro-de-los-suenos/



No hay comentarios:
Publicar un comentario