jueves, 24 de noviembre de 2016

La cumbre, el “veraneadero de encanto”


Si se hiciera una parada de aproximadamente quince anhelados minutos por cada lugar que hay en tan esplendido recorrido de 1 hora y media, se podría llegar a experimentar lo que se hace en un viaje por todo Colombia e incluso, se podría sentir mejor, más a gusto y en casa.

Lugar que fue fundado el 13 de noviembre de 1913 y es poblado por 11.001 habitantes, siendo uno de los 42 municipios colombianos que se encuentra localizado al norte del departamento del Valle del Cauca, ese insólito terreno, que para llegar a él, se tiene que realizar un trayecto largo encontrándose con cosas exóticas e indescriptibles.

Inicia el recorrido

Saliendo desde Cali, la comodidad y el agrado, son factores que priman en el inicio de este sustancioso, colorido y aromático recorrido. El camino en el automóvil ha iniciado, luego de unos minutos, observo a lo lejos un caserío bastante particular, que tiene a su alrededor cuatro gigantes barriles a simple vista, cada uno con una letra diferente, uno lleva la P de color rojo desgastado por el sol, una O oxidada, una K con serifas hechas por el viento, una E y una R conservadas casi en su estado natural que se tambalean con los ventarrones que las acarician levemente. Ahí, en ese instante, en el que las ganas de dormir abundan, es cuando me debo aguantar tan solo otros minutos más para  empezar a apreciar el Valle.

Sin duda, a lo largo del camino y a medida de que este avanza, su alrededor se llena de miles de palmeras, árboles y cercas que rodean todo el prado de color verde luminoso y una que otra vaca recibiendo el sol de frente mientras intenta alimentarse y sobrevivir. Sus audaces y atrevidos comportamientos bovinos obstaculizan el paso mientras se desplazan a la mitad de la calle ocasionando que el carro en el que voy, reduzca la velocidad aproximándose a unos 20km/h intentando esquivar a estos inofensivos animales.

Después, aparecen miles de casas por todo el camino con su fachada ambigua y particular, los adultos mayores en la parte de afuera en sus antiquísimas sillas mecedoras de madera y en sus manos una taza de café y un pedazo de pan. Me detengo a observar y de repente, volteo a mirar al otro lado de la ventana del carro y me encuentro con varias fincas, estas por el contrario con una fachada muy moderna y lo que no falta, la hamaca en la parte de afuera en donde salen a disfrutar del paisaje y del clima. Debo aclarar que ya he viajado antes a La Cumbre, la diferencia es que esta vez no me dormí.

La travesía aún no terminaba, aproximadamente 45 minutos me restaban para llegar. Mis ganas por conocer lo que quedaba en él, eran indescriptibles. Entonces, en ese momento me acerqué a una gran cantidad de carros gigantes, claro, se trataban de tractomulas y camiones con cientos de trabajadores a su alrededor. Mientras entre risas y piropos, se encontraban con su manguera lavando sus carros y como siempre luchando por ganarse la vida.

En todo el camino, veía iglesias y animales de todo tipo, vacas, terneros, caballos, patos, gallinas y un poco de aves. El clima templadito y amañador contrastaba a la perfección con unos jardines muy pulcros que adornaban las casitas del sector. Me detuve en uno de los restaurantes que me encontré por el lugar, ni lujoso ni costoso, sencillo pero rico, ahí me encuentro con el famoso “corrientazo” o ACPM (arroz, carne, papa y maduro) y eso sí, no puede faltar la sopa, el almuerzo de orgullo colombiano.

Más adelante, acercándome a la finca en la que me iba a hospedar, veo a lo lejos un aviso que dice “Si quiere sabor, en la cumbre le tenemos el mejor”, lo reconocí de inmediato y supe que estábamos cerca, ya que tal anuncio permanece intacto desde hace años y es el que me guía cada vez que vuelvo a La Cumbre. Entrando al pueblo, me detengo y me bajo del carro para ir a hacer un pequeño mercado y llevarlo al lugar en el que me iba a quedar. Nada más sabroso que comprar la comida típica que venden. Las cocadas almidonadas, el tentador dulce del cortado, el tradicional manjar blanco, las adictivas achiras, las rosquillas y el famoso y delicioso queso.

4:43 PM, inicio de Semana Santa, he llegado al tan anhelado y esperado lugar y estaré ahí los 7 días que le competen a ésta, la cual transcurrió con importantes eventos turísticos y culturales. La procesión fue el desfile religioso más relevante para los habitantes. En ella, participaron distintos colectivos agrupados con sus hermandades acompañados a un paso de Cristo, saliendo a las calles del pueblo a caminar partiendo del parque principal y volviendo a él.

Aventurarse a conocer

En La Cumbre siempre hay eventos de todo tipo. Se realizan actividades, las cuales tienen como objetivo principal reunir a toda la gente del pueblo. “Gracias al apoyo de todos los directivos de nuestro Sector Cultural, la comunidad no solamente tiene la oportunidad de conocer, sino un espacio para formarnos” Afirmó Rosa Agudelo, habitante del sector hace 20 años.

En efecto es un lugar adecuado y sin igual para ir de paseo. El clima, ese es el mayor atractivo con el que cuenta este municipio vallecaucano, es un clima frío, el ideal para huir del calor que nos abruma por estos días a los caleños. “Me siento afortunada y agradecida con Dios por darme la oportunidad de tener mi propia finca en este lugar” Afirma Martha Díaz, propietaria.

Ahí convergen las tradiciones clásicas y una excelente calidad de vida entre las personas. “Sin duda es uno de los lugares más tranquilos para vivir en el Valle del Cauca, puedo montar en las brujitas, bañar en la famosa chorrera y disfrutar del canopy sin correr ningún tipo de riesgo” Así es como lo disfruta Carlos Salazar, habitante del sector.

Los cumbreños se sienten felices en su “veraneadero de encanto”, apodo que fue colocado a esta zona hace aproximadamente 80 años. La Alcaldía de La Cumbre – Valle siempre ejecuta planes y programas para realizar durante todo el año, todo se comunica a través de volantes o sino, a través de su página oficial para que los habitantes y/o interesados en viajar y divertirse en aquél lugar, recurran a mirar “Qué hay para hoy”.

Y es así como entre costumbres, rezos, cantos religiosos y tradiciones gastronómicas se puede llegar a conocer ese lugar, que se convierte en una cápsula de tiempo y se abstiene de dejarse consumir por completo por la modernidad, pero, sin duda alguna es inevitable contener la alegría, el entusiasmo y la exquisita sensación que no te deja parar de sonreír y dejar de sentir las ganas inmensurables de quedarse en ese lugar cuando se viaja mágicamente hacía él.

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